domingo, 29 de agosto de 2010

Sobre Debord

“La mayoría de nosotros, los que hemos hecho precisamente aquello que Debord no quiso hacer –sobrevivir al 68-, a fuerza de afirmar compromisos más o menos vergonzosos con el espectáculo dominante y con el imperio de lo falso, hemos de volver a leer LSS sin el rencor de quienes prefieren olvidar su contenido como si nunca hubiera existido, y sin la nostalgia de quienes viven en el lamento permanente por la juventud perdida; nos enfrentamos a la ingente tarea de aprender a envejecer con dignidad y con generosidad o, lo que viene a ser lo mismo, tenemos que leer LSS desde nuestras heridas, que no son sino las heridas de la historia –toda generación tiene su herida histórica, su 1968, como la de nuestros padres tuvo su 1936 o su 1945, y la de nuestros abuelos su 1917-…” (Prologó de José Luis Pardo para la edición en español de “La sociedad del espectáculo)

Cómo leer a Debord desde una generación que no ha tenido heridas, desde un sueño placido y reconfortante que parece que hubiera existido siempre. Cómo vivir ahora sin celular, sin revisar a diario el mail o las redes sociales. Hasta dónde entendemos la violencia y la pobreza cuando son sólo reportajes paulatinos en T.V. Seremos el resultado de las heridas históricas y no por las luchas dadas más bien por las derrotas olvidadas y silentes. Quizás alguien pensó – el monstruo es demasiado grande, déjenlo comernos- y nosotros ya nacimos dentro de su panza.

Ahora que el espectáculo es nuestro hábitat natural, necesitamos de su música y sus luces en todo momento, para no sentirnos solos, para no sentirnos fuera. Ya nadie quiere ser el hombre que sale de la cueva porque afuera no alcanza la señal del Wi-Fi. Así que contamos con diversas prótesis para descubrir nuestra naturaleza y representarla al resto de los demás habitantes de la panza. Cada vez más distanciados y mediatizados, somos los patrocinadores de la individualidad de las marcas y trabajamos arduamente para comprar lo que nos constituye, lo que nos aprueba.

Demasiado inmersos en el espectáculo, nada existe que no salga en “you tube” o puedas consultar en Wikipedia. Estas son las certezas modernas, los nuevos manifiestos. Mucho conocimiento al que poco sabe y por lo tanto, todo lo cree y entre tantas cosas que hay que saber, nada cuestiona.

Aunque el declive social es inminente, el desarrollo tecnológico y de entretenimiento equilibran la balanza. Es decir, perdimos coraje pero ganamos un Ipod de 4G a doce meses sin intereses. Sufrimos escasez de petróleo pero podemos ver los partidos de soccer en 3D. Muchos son los ejemplos de cómo cedemos el poder ante el entretenimiento, de cómo facilitamos la decadencia social a cambio de quince minutos de diversión y veinte de comerciales.

Nos despertamos, trabajamos o vamos a la escuela -lo que sea necesario para forjar un camino con bienes y posesiones- comemos, nos entretenemos, dormimos para nuevamente despertar. Consumimos y consumidos, día a día codiciamos lo que el espectáculo ofrece y más allá de eso, no hay nada. No existen ambiciones más allá de la oferta, deseamos lo que vemos mas no lo que imaginamos. Siendo así el producto de lo que vende el producto, un comercial extenso de nuestras propias vidas. Somos como el hamster que gira en la rueda, sin perseguir nada, sin alcanzar nada, una fuerza devoradora nos impulsa a seguir girando, un poco por ocio otro tanto por desesperanza.

Debord vaticinó las décadas consecuentes a “La sociedad del espectáculo”, desentrañó su propia época para escribir la secuela de las heridas históricas. La generación de Debord todavía cargaba entre brazos “El Capital” y se manifestaba en los mítines estudiantiles. Todavía creían en la lucha de clases y en la igualdad humana. Ideas que ahora suenan a libro viejo y huelen peor que un borracho empedernido.

Donde hayan quedado las ideas de Debord, quizás deambule uno que otro descontento por las calles. Quizás los veteranos de las utopías se sigan juntando por las noches y de vez en cuando pronuncian su nombre. Quizás la próxima generación se harte de vivir inerte y decida descubrir lo que hay afuera del espectáculo. Sino, seguiremos engordando a la panza.


domingo, 11 de abril de 2010

Reflexión del proyecto

Por si muchos mexicanos no lo recuerdan, hubo una crisis devastadora en el 94. La gente perdió sus casas y empleos, los intereses del banco llevaron a muchas empresas a la bancarrota. La violencia y los robos incrementaron como peste, mi madre siempre agarraba mi mano con fuerza para que no me robaran. Mi madre también contaba los pesos y me llevaba al parque a comer sándwich. Ella lloraba, tenía que usar las medias rotas pegadas con barniz para ir al trabajo. Tuvo que conseguir otro empleo y pasé la mitad de mi infancia encerrada en un despacho, esperando a que mi madre saldara sus deudas. Ahora está jubilada y de vez en cuando se da el gusto de viajar por el mundo buscando marido o disfruta de los paseos veraniegos con sus amigas, hasta se compró una camioneta a la que cuesta trabajo subirse. Aún así, siendo diez y seis años más vieja, no olvida que de repente puedes perderlo todo.

En el transcurso de la historia de México, a veces parece que somos una nación que nunca hubiera luchado por nada. Las televisoras que encubrieron la matanza del 68 y allanaron el Cerro del Chiquihuite, son las mismas que hoy nos transmiten la información monopolizada con los mismos rasgos de autocensura. Hablar de los partidos políticos sería un tema demasiado trillado, al igual que la educación en México y la crisis enmascarada con tierra, cual tiradero de basura. Más allá de eso, pareciera que sufrimos de algún error genético relacionado con la memoria; los aviones se caen, las granadas llueven en los festejos, las lluvias golpean las casas como granadas y a veces, las noticias que pasan en televisión, suenan a que vivimos en un estado de guerra. Después de eso, salgo alarmada a la calle y veo que la gente está tranquila, muy normal. Y me digo a mi misma, al parecer, todo está bien y no pasa nada.

Los recientes terremotos ocurridos en Haití y Chile, me hicieron pensar en la fuerza totalizadora de las decisiones políticas. En como las estructura gubernamentales pueden ser ineficientes o tenaces ante las catástrofes naturales. El terremoto acontecido en Haití, uno de los países más pobres de América Latina, tuvo un alcance de 7,0 en la escala Richter. Dejando más de 200,000 mil muertos amontonados sobre las banquetas. En Chile, con 8.8, registrado como 31 veces más fuerte que el de Haití, las cifras no oficiales no suman más de mil muertos y el país cuenta con la organización suficiente para asistir a los damnificados en sus necesidades más inmediatas.

Ni pensar qué pasaría aquí si en estos momentos sufriéramos una catástrofe, bastan unas gotitas de lluvia para saber que vivimos en un estado endeble y corrupto. Y a pesar de vivir en un medio de inconformidad permanente, de grandes carencias sociales, la gente prefiere tener actualizado su “Twitter” o subir nuevas fotos al “Facebook”. Rinden su tiempo a idiotizarse con producciones fáciles y por decirlo de alguna forma, remasterizadas. Telenovelas, Reality Shows, programas con conductores mediocres y artistas invitados de la misma compañía. Podrían televisar a un ratón recorriendo cien veces el mismo camino y aún así, tendría rating; como si cualquier imagen que apareciera en la televisión fuera por antonomasia, digna de verse.

No menciono esto por considerarme activista social o peor aún, querer mi propio programa de televisión. Simplemente, el fenómeno de lo social me parece un misterio. Como cuando dejas una cuerda en el piso y al regresar, ya tiene mil nudos. Admito que esta actividad (desamarrar los nudos), me parece un tanto ociosa, idealista y obsoleta. No busco la justicia, ni la paz social o de “hacer de este México, un México mejor”. Pero me asombra como millones de personas pueden darse por vencidas, aceptando todo lo que les den o les quiten, comiendo, durmiendo y defecando con la misma pasividad que una ostra.

Mi abuelo de joven fue un miembro activo del partido comunista, mantuvo una vida humilde y siempre fue fiel a la lucha social. Hace algunos años, fuimos a la ciudad de Morelia, lugar en donde creció mi abuelo antes de emigrar al D.F. Cuando pasamos enfrente de la universidad local, él comenzó a tener un llanto silencioso y confesó que le hubiera gustado haber estudiado una licenciatura. Con voz melancólica me dijo –Tantos sueños que murieron-.

No hace más de cuatro décadas se seguían oyendo las voces de los cambios sociales, no hace más de cuatro décadas, estudiar una licenciatura significaba asegurar tu futuro. Nosotros, los nietos, nos convertimos en los sueños muertos de toda la gente que luchó “por hacer de este mundo, un mundo mejor”. Y todo para que nos convirtiéramos en clientes, en lugar de ciudadanos.

El surgimiento del individualismo, ha tenido como resultado una apatía hacia su comunidad. Las perdidas y conflictos de regiones distantes a nosotros, se disuelven en la distancia de las comunicaciones mediáticas. Mientras las mujeres manufactureras mueren al norte del país y las dinámicas de provincia son violentadas por el narcotráfico, la gente de la ciudad sólo alcanza a percibir el incremento de costos en su consumo diario sin advertir las consecuencias. Estas distancias, específicamente, son en las que se desenvuelven mi trabajo. Como una suma de las relaciones encriptadas de un grupo a otro, expuestas en escenarios metafóricos o sarcásticos. Las reflexiones del proyecto se desglosan en la advertencia de lo cotidiano, una ruta ciega que vincula los sucesos, la información y el espectador, sondeando las motivaciones de cada estadio y sus alteraciones de un traslado a otro.

jueves, 25 de marzo de 2010

lunes, 15 de marzo de 2010

El pequeño libro de las frutas